Es el terreno que pretendo, el de los principios básicos. Caminando por ahí me encontré un día con Eduardo Galeano y tome su mano: “Al fin y al cabo somos lo que hacemos para cambiar lo que somos”.
A veces lo hago, respiro los gases del periodismo o de lo que queda de él. Respiro hondo porque busco lo que no encuentro. Me mareo. Prefiero no contar detalles de la técnica del JENKEN, mentira o leyenda. Dicen que en el jenkem del periodismo es importante dejar reposar las heces, las tintas de sus titulares, las ondas de sus sonidos, los electrones de sus pantallas. El periodismo del jenkem informa para mentir, para decirnos qué debemos pensar, también les gusta apuntar cómo debemos hacerlo. En el jenkem del periodismo la celulosa descompone mejor según qué portadas, según qué periódicos, según qué radios, según qué televisiones, según qué deposiciones. Las de los malos jefes suelen ser más hediondas, menos hirientes, más obscenas, hasta huelen peor, creo. Al jenkem no se le echa sal, fermenta solo. Fermenta mejor si escupes doctrina, si lo haces reposar en el molde de la manipulación. Si fermenta y lo respiras acabas confundido, excelente estado profesional con el que podemos acabar confundiendo al ciudadano y así todos confundidos hacemos del periodismo la nada, evanescente como los gases del jenkem. Es el estado perfecto para que la manipulación cale.
Es complicado resistir tanto ataque. Muchos agresores y pocos soldados. La información sangra, el periodismo también. Me curo las heridas de anoche. El Papa Benedicto XVI anuncia que se va, lo deja. Mi cadena, la tuya, la mejor, programa un especial, la única que lo hace, es un mal programa para una buena idea. El dato es aterrador, sí, aterrador. El especial de TVE en la noche en la que el Papa anuncia que se marcha es el programa menos visto de las principales cinco cadenas de España. Apenas lo ven 3 de cada 100 espectadores. La audiencia prefería dormir con "Gran Hermano", preferían más "Tu cara me suena".
Dos de abril del 2005, muere Juan Pablo II, relevo de Papa, el último conocido. ¿Qué pasó? Que el jenkem no mandaba en las pantallas, no había nacido, no en España. El periodismo lo era porque escribía en mayúscula cada una de sus vocales, también sus consonantes. Ayer, frente al televisor, 539 mil personas, hace 8 años 5 millones. Ayer frente al televisor el 3 por ciento de la audiencia, hace 8 años el 50 por ciento.
Hoy vemos que los que comenzaron como “apocalípticos” frente a los medios de
comunicación tenían razón. Basta ver lo que está pasando a principios de este
siglo. Ser un crítico en los años setenta de lo que hacían los medios era motivo
de cuestionamientos peyorativos. Todo lo que escribimos en aquella época ha sido
desbordado por la realidad. El repunte de la mentira a nivel internacional es
absolutamente impresionante. Antes se decía que los “apocalípticos” veían
manipulación en todas partes; lo que es totalmente falso. Nosotros veíamos cómo
trabaja la ideología; es decir, proteger intereses particulares como si fueran
intereses universales. Yo sigo en la trinchera crítica y mantengo mi pensamiento
sobre la comunicación. Lo trágico es que muchos comenzaron como “apocalípticos”
y ahora están del otro lado, entre los “integrados”. No es mi caso, aquí está un
“apocalíptico”.
Intento que mi vida no acelere, nunca. Intento vivir a 60 pulsaciones, siempre. Intento no ser igual y en ese esfuerzo pretendo, siempre que puedo, no parecer distinto.
Mi vida profesional, e intento que también la personal, va de la mano de una de las grandes frases que el genial director de cine Jonathan Demme nos regaló en la no menos genial "El silencio de los corderos".
“Principios básicos agente Starling” le decía el doctor Lecter a Jodie Foster. Y la vida es así. Los principios básicos nos mueven las emociones, nos hacen cercanos y queridos, quizás lejanos y odiados. Todo dependerá de cómo los sepamos administrar.
En la palabra, en la distancia corta, en la mano abierta, ahí se refugian las claves de nuestras vidas. Ahí todos somos iguales…y todos somos diferentes. “Se tú e intenta ser feliz pero ante todo se tú”. De Lecter a Charlie Chaplin.
Y así se forja mi vida (creo que también la tuya). Cuanto más creo saber mejor administro la sencillez. No es ninguna paradoja; administrar lo sencillo es terriblemente complejo. Los miedos y las inseguridades son ingredientes que forjan nuestra identidad, son parte del ADN del yo. ¡No hagas esto!, ¡no hagas lo otro!, ¡no molestes!, ¡no metas ruido!, ¡deja paso!, ¡no comas mucho!, ¡come más!, ¡anda más despacio!, ¡anda más deprisa!
A ver quién es el guapo que sale indemne de tanta ley. Y uno llega a los 40 (fue mi caso hace 6 años) y mira hacia atrás con el vértigo de todo lo que le queda por hacer si mira hacia delante. Esa máxima para quienes administran bien porque todos conocemos a muchas personas que a los 40 ya deciden cerrar la atalaya. Luego, ¡es normal!, se quejan porque el corazón se les llena de musgo.
Y en ese tránsito las circunstancias me llevaron a estudiar “Ciencias de la Información” (Universidad del País Vasco UPV/EHU), una de las carreras más ampulosas que conozco, etérea como el humo, más por vaga que por sutil. Cinco años de clases, que no estudios, a cambio de un título. “La información no sirve de nada si por ella no pasa la vida”.
Años después llegó Emilio Lledó (mi principal maestro). Con él una frase (la leída) puso en su sitio a los casi 30 enseñantes (ni profesores, ni maestros) que mal que bien se ganaron su sueldo en la Facultad. Encajado a Lledó ya no me interesa la información sin comunicación; ahí me empeño. Por lo menos el título me ha permitido 20 años de ejercicio profesional, siempre en la televisión pública de España (TVE). En esa práctica pretendo ser periodista. Si no llegó quizás me quede en comunicador; no es mala meta frente a quienes se conforman con ser licenciados.
Y en el otro tránsito, en el de los principios fundamentales, está la gente que ha decidido regalarme parte de su vida; Inma, Ander y Amaia. Principios básicos. Agua, tierra, aire y fuego.
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