Es el terreno que pretendo, el de los principios básicos. Caminando por ahí me encontré un día con Eduardo Galeano y tome su mano: “Al fin y al cabo somos lo que hacemos para cambiar lo que somos”.
El cuadro anterior resume los índices de audiencia de los principales informativos de las principales cadenas de España; es un dato de ayer martes, 29 de marzo (falta, por partido de la selección, la 2ª edición de informativos T5). Hoy no me ha interesado ninguno en particular y sí todos en su conjunto. Considerado el dato del día y multiplicado por los 30 días de un mes, da un dato que me provoca temblor de piernas:
424 millones de contactos. Cuatrocientos veinticuatro millones. 424 millones de veces en los que algún espectador puede ver el trabajo que hacemos. Leída la cifra entiendo el argumento de Victoria Camps que ayer recordaba en la inauguración, en Sevilla, del I Congreso Internacional de Ética de la Comunicación. "Es preciso que los medios de comunicación los puedan utilizar espíritus cultivados". Qué limpio es el verbo de quienes se presentan con la mente tan despejada. Nos dice Victoria Camps que si los medios de comunicación preñan a nuestra democracia no debemos alarmarnos y sí aceptar la responsabilidad. La llamaremos MEDIACRACIA y debemos hacerla crecer amamantando su hambre con tomas de responsabilidad. La excepcional catedrática de filosofía moral hace la pregunta que a mi me quita el sueño ¿sirve la mediacracia para construir ciudadanía?.
Y en estas que nos situamos a 2 meses de las elecciones, ha arrancado la campaña preelectoral. Los partidos encorsetan a los periodistas, les invitan a comer para ponerles una mordaza. A los espíritus cultivados que nos demandan información se les sustraerá uno de sus grandes derechos. Nos piden información y les damos publicidad. Lo mediático convertido en mediocre. Las noticias (y aquí mi hipérbole con H y con B) se convierten en radiactivas, los titulares contaminarán más que el uranio de Fukushima. Lo escribió el dos veces premio Pulitzer Walter Lippmann: "Al político le interesa la acción, no que ésta se entienda, pues muchas acciones fracasarían si todos las entendieran".
Dicen que nos informan y nos engañan pero lo hacen sin saberse engañados quienes lo hacen. Esto es un auténtico disparate y nos queda mucho por empeorar. Hemos asumido el miedo a la crisis y los que mandan a quienes nos mandan (los que ponen el money) nos saben susceptibles al miedo del miedo. Aprovechan para lanzar sus pullitas y una de aquí y otra de allá acaban llevándonos allí donde no merecemos estar.
Le preguntan al maestro Javier Dario Restrepo ¿Cómo deben cubrir los periodistas una información sobre desastres naturales naturales? Él dice:
El ideal ético es el cubrimiento de estos hechos para servicio de las víctimas.
Esto excluye toda clase de información sensacionalista, la que convierte las catástrofes en un espectáculo lucrativo.
Esta clase de información olvida a las víctimas porque la prioridad es otra: el aumento de la ciuculacióno de la sintonía. Como se ve, inicialmente es cuestión de prioridades.
El servicio a las víctimas se presta cuando la información mantiene el equilibrio entre dos extremos: el del sensacionalismo, que difunde el miedo con toda clase de especulaciones, o con el énfasis predominante en los datos más negativos y espectaculares.
El otro extremo es el de callar para no asustar y para no equivocarse; así la población se mantiene inconsciente de los peligros que corre. Para mantener el equilibrio entre esos dos extremos la información debe ser cuidadosamente verificada y su enfoque debe ser el propósito de prestar un servicio eficaz, no ls de responder a una curiosidad.
Por tanto, se extreman los mecanismos de verificación. Se eliminan los adjetivos que llevan consigo juicios de valor y se mantiene claro el objetivo de solidaridad y de ayuda eficaz.
En circunstancias como estas, en que es fácil ceder a lo emocional, resulta de utilidad el trabajo en equipo y con unas definidas líneas de política editorial.
Es una sabia política puesta en ejecución en algunos países, la de hacer una sola cadena de radio o de televisión para el cubrimiento de estos eventos. Se trata, en efecto, de poner el bien público en serio peligro, por encima de cualquier bien particular.
Intento que mi vida no acelere, nunca. Intento vivir a 60 pulsaciones, siempre. Intento no ser igual y en ese esfuerzo pretendo, siempre que puedo, no parecer distinto.
Mi vida profesional, e intento que también la personal, va de la mano de una de las grandes frases que el genial director de cine Jonathan Demme nos regaló en la no menos genial "El silencio de los corderos".
“Principios básicos agente Starling” le decía el doctor Lecter a Jodie Foster. Y la vida es así. Los principios básicos nos mueven las emociones, nos hacen cercanos y queridos, quizás lejanos y odiados. Todo dependerá de cómo los sepamos administrar.
En la palabra, en la distancia corta, en la mano abierta, ahí se refugian las claves de nuestras vidas. Ahí todos somos iguales…y todos somos diferentes. “Se tú e intenta ser feliz pero ante todo se tú”. De Lecter a Charlie Chaplin.
Y así se forja mi vida (creo que también la tuya). Cuanto más creo saber mejor administro la sencillez. No es ninguna paradoja; administrar lo sencillo es terriblemente complejo. Los miedos y las inseguridades son ingredientes que forjan nuestra identidad, son parte del ADN del yo. ¡No hagas esto!, ¡no hagas lo otro!, ¡no molestes!, ¡no metas ruido!, ¡deja paso!, ¡no comas mucho!, ¡come más!, ¡anda más despacio!, ¡anda más deprisa!
A ver quién es el guapo que sale indemne de tanta ley. Y uno llega a los 40 (fue mi caso hace 6 años) y mira hacia atrás con el vértigo de todo lo que le queda por hacer si mira hacia delante. Esa máxima para quienes administran bien porque todos conocemos a muchas personas que a los 40 ya deciden cerrar la atalaya. Luego, ¡es normal!, se quejan porque el corazón se les llena de musgo.
Y en ese tránsito las circunstancias me llevaron a estudiar “Ciencias de la Información” (Universidad del País Vasco UPV/EHU), una de las carreras más ampulosas que conozco, etérea como el humo, más por vaga que por sutil. Cinco años de clases, que no estudios, a cambio de un título. “La información no sirve de nada si por ella no pasa la vida”.
Años después llegó Emilio Lledó (mi principal maestro). Con él una frase (la leída) puso en su sitio a los casi 30 enseñantes (ni profesores, ni maestros) que mal que bien se ganaron su sueldo en la Facultad. Encajado a Lledó ya no me interesa la información sin comunicación; ahí me empeño. Por lo menos el título me ha permitido 20 años de ejercicio profesional, siempre en la televisión pública de España (TVE). En esa práctica pretendo ser periodista. Si no llegó quizás me quede en comunicador; no es mala meta frente a quienes se conforman con ser licenciados.
Y en el otro tránsito, en el de los principios fundamentales, está la gente que ha decidido regalarme parte de su vida; Inma, Ander y Amaia. Principios básicos. Agua, tierra, aire y fuego.
2 comentarios:
Dicen que nos informan y nos engañan pero lo hacen sin saberse engañados quienes lo hacen. Esto es un auténtico disparate y nos queda mucho por empeorar. Hemos asumido el miedo a la crisis y los que mandan a quienes nos mandan (los que ponen el money) nos saben susceptibles al miedo del miedo. Aprovechan para lanzar sus pullitas y una de aquí y otra de allá acaban llevándonos allí donde no merecemos estar.
Le preguntan al maestro Javier Dario Restrepo ¿Cómo deben cubrir los periodistas una información sobre desastres naturales naturales? Él dice:
El ideal ético es el cubrimiento de estos hechos para servicio de las víctimas.
Esto excluye toda clase de información sensacionalista, la que convierte las catástrofes en un espectáculo lucrativo.
Esta clase de información olvida a las víctimas porque la prioridad es otra: el aumento de la ciuculacióno de la sintonía. Como se ve, inicialmente es cuestión de prioridades.
El servicio a las víctimas se presta cuando la información mantiene el equilibrio entre dos extremos: el del sensacionalismo, que difunde el miedo con toda clase de especulaciones, o con el énfasis predominante en los datos más negativos y espectaculares.
El otro extremo es el de callar para no asustar y para no equivocarse; así la población se mantiene inconsciente de los peligros que corre. Para mantener el equilibrio entre esos dos extremos la información debe ser cuidadosamente verificada y su enfoque debe ser el propósito de prestar un servicio eficaz, no ls de responder a una curiosidad.
Por tanto, se extreman los mecanismos de verificación. Se eliminan los adjetivos que llevan consigo juicios de valor y se mantiene claro el objetivo de solidaridad y de ayuda eficaz.
En circunstancias como estas, en que es fácil ceder a lo emocional, resulta de utilidad el trabajo en equipo y con unas definidas líneas de política editorial.
Es una sabia política puesta en ejecución en algunos países, la de hacer una sola cadena de radio o de televisión para el cubrimiento de estos eventos. Se trata, en efecto, de poner el bien público en serio peligro, por encima de cualquier bien particular.
Y yo me acuerdo de lo que hemos hecho en Japón.
Publicar un comentario