La mediacracia


El cuadro anterior resume los índices de audiencia de los principales informativos de las principales cadenas de España; es un dato de ayer martes, 29 de marzo (falta, por partido de la selección, la 2ª edición de informativos T5). Hoy no me ha interesado ninguno en particular y sí todos en su conjunto. Considerado el dato del día y multiplicado por los 30 días de un mes, da un dato que me provoca temblor de piernas:


424 millones de contactos. Cuatrocientos veinticuatro millones. 424 millones de veces en los que algún espectador puede ver el trabajo que hacemos. Leída la cifra entiendo el argumento de Victoria Camps que ayer recordaba en la inauguración, en Sevilla, del I Congreso Internacional de Ética de la Comunicación. "Es preciso que los medios de comunicación los puedan utilizar espíritus cultivados". Qué limpio es el verbo de quienes se presentan con la mente tan despejada. Nos dice Victoria Camps que si los medios de comunicación preñan a nuestra democracia no debemos alarmarnos y sí aceptar la responsabilidad. La llamaremos MEDIACRACIA y debemos hacerla crecer amamantando su hambre con tomas de responsabilidad. La excepcional catedrática de filosofía moral hace la pregunta que a mi me quita el sueño ¿sirve la mediacracia para construir ciudadanía?.

Y en estas que nos situamos a 2 meses de las elecciones, ha arrancado la campaña preelectoral. Los partidos encorsetan a los periodistas, les invitan a comer para ponerles una mordaza. A los espíritus cultivados que nos demandan información se les sustraerá uno de sus grandes derechos. Nos piden información y les damos publicidad. Lo mediático convertido en mediocre. Las noticias (y aquí mi hipérbole con H y con B) se convierten en radiactivas, los titulares contaminarán más que el uranio de Fukushima. Lo escribió el dos veces premio Pulitzer Walter Lippmann: "Al político le interesa la acción, no que ésta se entienda, pues muchas acciones fracasarían si todos las entendieran".

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2 comentarios:

Anónimo dijo...

Dicen que nos informan y nos engañan pero lo hacen sin saberse engañados quienes lo hacen. Esto es un auténtico disparate y nos queda mucho por empeorar. Hemos asumido el miedo a la crisis y los que mandan a quienes nos mandan (los que ponen el money) nos saben susceptibles al miedo del miedo. Aprovechan para lanzar sus pullitas y una de aquí y otra de allá acaban llevándonos allí donde no merecemos estar.

Roberto Lakidain dijo...

Le preguntan al maestro Javier Dario Restrepo ¿Cómo deben cubrir los periodistas una información sobre desastres naturales naturales? Él dice:


El ideal ético es el cubrimiento de estos hechos para servicio de las víctimas.

Esto excluye toda clase de información sensacionalista, la que convierte las catástrofes en un espectáculo lucrativo.

Esta clase de información olvida a las víctimas porque la prioridad es otra: el aumento de la ciuculacióno de la sintonía. Como se ve, inicialmente es cuestión de prioridades.

El servicio a las víctimas se presta cuando la información mantiene el equilibrio entre dos extremos: el del sensacionalismo, que difunde el miedo con toda clase de especulaciones, o con el énfasis predominante en los datos más negativos y espectaculares.

El otro extremo es el de callar para no asustar y para no equivocarse; así la población se mantiene inconsciente de los peligros que corre. Para mantener el equilibrio entre esos dos extremos la información debe ser cuidadosamente verificada y su enfoque debe ser el propósito de prestar un servicio eficaz, no ls de responder a una curiosidad.

Por tanto, se extreman los mecanismos de verificación. Se eliminan los adjetivos que llevan consigo juicios de valor y se mantiene claro el objetivo de solidaridad y de ayuda eficaz.

En circunstancias como estas, en que es fácil ceder a lo emocional, resulta de utilidad el trabajo en equipo y con unas definidas líneas de política editorial.

Es una sabia política puesta en ejecución en algunos países, la de hacer una sola cadena de radio o de televisión para el cubrimiento de estos eventos. Se trata, en efecto, de poner el bien público en serio peligro, por encima de cualquier bien particular.


Y yo me acuerdo de lo que hemos hecho en Japón.

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