Es el terreno que pretendo, el de los principios básicos. Caminando por ahí me encontré un día con Eduardo Galeano y tome su mano: “Al fin y al cabo somos lo que hacemos para cambiar lo que somos”.
Era cualquier día de agosto en casi cualquier playa de Andalucía, salí a recoger lirios de mar. Los lirios, como el periodismo, sobreviven ahí donde es complicado hacerlo, tanto que parece imposible. Los lirios florecen en los arenales, apenas regados más que por la lluvia y por el olor de las olas del mar. Si las hojas mueren sus flores nacen, a pleno sol, en agosto mejor, más los abrasan más florecen, como el periodismo. Recogía lirios, como Manuela Carmena hizo en Cádiz. Amaia, 12 años, vigilaba mi espalda, no temía a la policía y sí a los fotógrafos del periódico "LA RAZÓN"; no a los profesionales, a los otros, a los sabuesos de Marhuenda, a los que como a Manuela Carmena me pueden pretender en sus portadas.
Se quejaba la alcaldesa de Madrid la pasada semana, en el ecuador del septiembre del 2015, en el balance de los 100 días de Gobierno, que los medios de comunicación apenas los atienden, que cuando lo hacen es para atacar. Dice Manuela Carmena y con ella su equipo de gobierno, que está sorprendida porque los medios de comunicación se posicionan según los intereses de sus dueños. Si blanco entonces blanco, si negro entonces negro, da igual que la realidad presente todas las tramas del gris. Ella lo sabe, es lista, lo sabe desde hace años, lustros, décadas. Carmena defiende su derecho a pensar en libertad, al margen de los intereses de las empresas dueñas de los medios de comunicación, al margen del intento de los medios de comunicación de ocupar las conciencias colectivas. Manuela Carmena defiende su derecho a recolectar lirios blancos, ahí donde quiera, ahí donde sea, ahí donde la libertad los haga crecer. Dice Manuela Carmena que los medios no están de su lado, no dice que cientos de miles de ciudadanos, millones, sí lo estamos. Tranquila, ganamos.
El mundo es solo un punto de fuga, los pensamientos son lugares de nadie. Fruto de un realismo capitalista, donde el simulacro de los medios de comunicación, la arquitectura del espectáculo y la infección mercantil ofrecen una realidad virtual, somos incapaces de ver el mundo y solo vemos su imagen, una verdad al margen de la verdad".
Y me adentré en el mar, playas de Isla Cristina, Huelva. Y sembré el lirio y el mar agarró sus raíces. Y de vez en cuando vuelvo y me encanta que los mariscadores de coquinas rodeen el lirio y lo respeten, ajenos a las portadas de La Razón o de su competidor Bieito. Ajenos a 13 TV, a los informativos corrompidos de RTVE en Andalucía, a todos los demás que lo son. Respetan mi lirio que todavía florece y ya será octubre, dos meses antes que diciembre, el 13 o el 20 que dice Rajoy; entonces florecerán lirios, tulipanes y jazmines también. El periodismo lo necesita.
Intento que mi vida no acelere, nunca. Intento vivir a 60 pulsaciones, siempre. Intento no ser igual y en ese esfuerzo pretendo, siempre que puedo, no parecer distinto.
Mi vida profesional, e intento que también la personal, va de la mano de una de las grandes frases que el genial director de cine Jonathan Demme nos regaló en la no menos genial "El silencio de los corderos".
“Principios básicos agente Starling” le decía el doctor Lecter a Jodie Foster. Y la vida es así. Los principios básicos nos mueven las emociones, nos hacen cercanos y queridos, quizás lejanos y odiados. Todo dependerá de cómo los sepamos administrar.
En la palabra, en la distancia corta, en la mano abierta, ahí se refugian las claves de nuestras vidas. Ahí todos somos iguales…y todos somos diferentes. “Se tú e intenta ser feliz pero ante todo se tú”. De Lecter a Charlie Chaplin.
Y así se forja mi vida (creo que también la tuya). Cuanto más creo saber mejor administro la sencillez. No es ninguna paradoja; administrar lo sencillo es terriblemente complejo. Los miedos y las inseguridades son ingredientes que forjan nuestra identidad, son parte del ADN del yo. ¡No hagas esto!, ¡no hagas lo otro!, ¡no molestes!, ¡no metas ruido!, ¡deja paso!, ¡no comas mucho!, ¡come más!, ¡anda más despacio!, ¡anda más deprisa!
A ver quién es el guapo que sale indemne de tanta ley. Y uno llega a los 40 (fue mi caso hace 6 años) y mira hacia atrás con el vértigo de todo lo que le queda por hacer si mira hacia delante. Esa máxima para quienes administran bien porque todos conocemos a muchas personas que a los 40 ya deciden cerrar la atalaya. Luego, ¡es normal!, se quejan porque el corazón se les llena de musgo.
Y en ese tránsito las circunstancias me llevaron a estudiar “Ciencias de la Información” (Universidad del País Vasco UPV/EHU), una de las carreras más ampulosas que conozco, etérea como el humo, más por vaga que por sutil. Cinco años de clases, que no estudios, a cambio de un título. “La información no sirve de nada si por ella no pasa la vida”.
Años después llegó Emilio Lledó (mi principal maestro). Con él una frase (la leída) puso en su sitio a los casi 30 enseñantes (ni profesores, ni maestros) que mal que bien se ganaron su sueldo en la Facultad. Encajado a Lledó ya no me interesa la información sin comunicación; ahí me empeño. Por lo menos el título me ha permitido 20 años de ejercicio profesional, siempre en la televisión pública de España (TVE). En esa práctica pretendo ser periodista. Si no llegó quizás me quede en comunicador; no es mala meta frente a quienes se conforman con ser licenciados.
Y en el otro tránsito, en el de los principios fundamentales, está la gente que ha decidido regalarme parte de su vida; Inma, Ander y Amaia. Principios básicos. Agua, tierra, aire y fuego.
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