Es el terreno que pretendo, el de los principios básicos. Caminando por ahí me encontré un día con Eduardo Galeano y tome su mano: “Al fin y al cabo somos lo que hacemos para cambiar lo que somos”.
Si cumplo los años que tengo seré centenario. Para los jóvernes, que lo somos, que ronden la cincuentena decir FOP es temblar, asustarse, temer y, según cómo te haya ido, hasta llorar. En aquella España del blanco y negro, la de los 70, y hasta el mismo año terminado en 5, sólo existía el orden que debía existir, el único, el bueno, el asolador de la conciencia colectiva. Las FOP, Fuerzas del Orden Público, eran inmunes, impunes, inquietantes y hasta asesinas, algunas. Eran otros tiempos, eran.
Era martes, quizás lunes o miércoles de la semana pasada. Desayunaba a la hora del desayuno y la SER avanzaba que sería un mal día para UGT, día de lacra sindical. La Guardia Civil registraba unas empresas que habían hecho negocios con el sindicato, ayer UGT, mañana serán las Comisiones Obreras. Decir sindicatos, ya se sabe, es decir corrupción, mariscadas, pianos alquilados a millón de euros; que vuele la presunción de inocencia.
Y al grito de Operación Cirene llegamos los de las FOP, Fuerzas del Orden Periodístico, no faltaba nadie. Ahí estábamos inmunes, impunes, inquietantes y hasta asesinos, todavía no. Guardias civiles fornidos y periodistas dispuestos a narrar algunas de las Ws del periodismo, las más sencillas, las del qué, las del dónde, las del cuándo, si el por qué no está claro lo mismo casi da, ya lo contarán por la noche en 13 TV y con ellos todos los que lo son, manipuladores. Y arriba las antenas, que se abran los micrófonos, que suceda siempre a las 10, o más cerca de las 9, la hora en la que mejor se contamina; que con un poco de suerte no haya otro tema en el día, ya harán para que así suceda.
Y escuchaba lo que algunos compañeros decían, algunos, no todos. Y recordaba que hacía unas semanas la media costilla que me soporta me contaba que le tocó ser la enfermera de referencia de un paciente, un ciudadano ejemplar, un hombre admirable para quienes le conocemos, "un sindicalista" decían algunos compañeros del hospital. ¡Que devuelva lo que ha robado!, ¡que se marche a un hospital privado!, ¡que lo pague con lo de los ERE! me decía que decían en un vomitado ejercicio de prejuicio ciudadano. Y él se curó de la caída y se marchó a su casa y en el asiento de atrás del coche le acompañaba el orgullo de haber trabajado a conciencia por una Andalucía mejor. Los otros ellos, los prejuiciosos, nunca podrán limpiar su mente contaminada y manipulada por las FOP, por ellos mismos. Ignacio Ramonet, "La tiranía de la comunicación".
El telediario, en su fascinación por el espectáculo del acontecimiento ha desconceptualizado la información y la ha ido sumergiendo progresivamente en la ciénaga de lo patético. Insidiosamente ha establecido una especie de nueva ecuación de la información que podía formularse así: Si la emoción que usted siente viendo el telediario es verdadera la información es verdadera”.
Y sentí todo tan podrido que tuve que vestirme de Enya, de la armonía del alma.
Intento que mi vida no acelere, nunca. Intento vivir a 60 pulsaciones, siempre. Intento no ser igual y en ese esfuerzo pretendo, siempre que puedo, no parecer distinto.
Mi vida profesional, e intento que también la personal, va de la mano de una de las grandes frases que el genial director de cine Jonathan Demme nos regaló en la no menos genial "El silencio de los corderos".
“Principios básicos agente Starling” le decía el doctor Lecter a Jodie Foster. Y la vida es así. Los principios básicos nos mueven las emociones, nos hacen cercanos y queridos, quizás lejanos y odiados. Todo dependerá de cómo los sepamos administrar.
En la palabra, en la distancia corta, en la mano abierta, ahí se refugian las claves de nuestras vidas. Ahí todos somos iguales…y todos somos diferentes. “Se tú e intenta ser feliz pero ante todo se tú”. De Lecter a Charlie Chaplin.
Y así se forja mi vida (creo que también la tuya). Cuanto más creo saber mejor administro la sencillez. No es ninguna paradoja; administrar lo sencillo es terriblemente complejo. Los miedos y las inseguridades son ingredientes que forjan nuestra identidad, son parte del ADN del yo. ¡No hagas esto!, ¡no hagas lo otro!, ¡no molestes!, ¡no metas ruido!, ¡deja paso!, ¡no comas mucho!, ¡come más!, ¡anda más despacio!, ¡anda más deprisa!
A ver quién es el guapo que sale indemne de tanta ley. Y uno llega a los 40 (fue mi caso hace 6 años) y mira hacia atrás con el vértigo de todo lo que le queda por hacer si mira hacia delante. Esa máxima para quienes administran bien porque todos conocemos a muchas personas que a los 40 ya deciden cerrar la atalaya. Luego, ¡es normal!, se quejan porque el corazón se les llena de musgo.
Y en ese tránsito las circunstancias me llevaron a estudiar “Ciencias de la Información” (Universidad del País Vasco UPV/EHU), una de las carreras más ampulosas que conozco, etérea como el humo, más por vaga que por sutil. Cinco años de clases, que no estudios, a cambio de un título. “La información no sirve de nada si por ella no pasa la vida”.
Años después llegó Emilio Lledó (mi principal maestro). Con él una frase (la leída) puso en su sitio a los casi 30 enseñantes (ni profesores, ni maestros) que mal que bien se ganaron su sueldo en la Facultad. Encajado a Lledó ya no me interesa la información sin comunicación; ahí me empeño. Por lo menos el título me ha permitido 20 años de ejercicio profesional, siempre en la televisión pública de España (TVE). En esa práctica pretendo ser periodista. Si no llegó quizás me quede en comunicador; no es mala meta frente a quienes se conforman con ser licenciados.
Y en el otro tránsito, en el de los principios fundamentales, está la gente que ha decidido regalarme parte de su vida; Inma, Ander y Amaia. Principios básicos. Agua, tierra, aire y fuego.
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